Los componentes básicos de la sal son el Sodio (alrededor de un 40%) y el Cloro (60%). El sodio juega un papel fundamental en funciones del Sistema Nervioso, en la contracción muscular, en el balance del agua en las células y en los tejidos del cuerpo humano. También es un componente central del plasma sanguíneo, del fluido linfático e incluso del líquido amniótico (el que alimenta al feto en el vientre materno). Lleva nutrientes dentro y fuera de las células y ayuda a mantener el imprescindible equilibrio ácido-base. Respecto de los cloruros, resultan esenciales e irreemplazables para la activación neuronal; permiten al cerebro comunicarse con las estructuras musculares, que pueden movilizarse gracias al intercambio iónico del sodio y el potasio.
El trastorno de hipertensión se da porque el cuerpo humano regula la concentración de sal mediante la actividad que cumplen la hormona antidiurética y la aldosterona, que controlan la cantidad de sodio en sangre y su excreción mediante la variación del volumen de orina que producen los riñones. Una elevada cantidad de sodio puede alterar ese equilibrio y, en efecto, elevas así la presión arterial.
Del mismo modo, cuando baja el consumo de sal, el cuerpo elimina líquidos y en casos extremos, y determinadas circunstancias, este efecto puede llegar a la deshidratación. Esta es la razón por la cual a personas expuestas a altas temperaturas o a quienes practican ejercicios físicos intensos se les indica la ingesta de pequeñas cantidades de sal.
La sal es crucial para el desarrollo de algunos procesos biológicos y como el cuerpo no puede producirla por si mismo, debe obtenerse de los alimentos.
La Sociedad Argentina de Hipertensión Arterial recomienda el consumo diario de 5,8g de sal.